

En el canto del silencio encuentro rumores de infidelidades, el susurro del mar que habla contándome aquellas historias de seres que fueron a sus pies a llorar. El único objetivo era no dejar un rastro de lágrimas que le indicase al resto la ubicación de su adiós después de leer esa carta donde, entre conclusiones y cobardía, se dice aquello que se ocultó tras sonrisas sin más vida que la de aquel cuerpo nutrido de burlas y engaños, que conseguía con esfuerzo mantenerse en pie.
Ni tú ni yo ni nadie sabe lo que siento por dentro cuando me dices algo que de verdad me apetecía escuchar, cuando me dices algo importante y se empiezan a escapar esas mariposas de la caja del alma. Esas vidas tan diminutas que empiezan a desplegarse por mi pecho y a hacerme sentir en el cuerpo algo tan extraño y tan bonito al cerrar los ojos. Aún no comprendo la razón ni se el comienzo pero me encanta que mezcles mis manos con mi corazón y mi mente con mi ombligo. ¿Sabes qué? Me apetece hacer de mis lágrimas ríos pues me siento vacía sin ti, me siento inerte, me siento como árbol de ramas secas esperando poder revivir cuando vengan tiempos mejores. Me apetece llorar porque al dar la vuelta en la cama no veo ni tus ojos ni tu sonrisa, no te veo a ti. Desearía tanto encontrar tus labios a escasos milímetros de los mios y gritarte susurrando que muero por uno de tus besos, por un abrazo, por una caricia o por un simple te quiero.
Dime quién estuvo allí cuando aquella niña moría deseando la muerte más cruel, gritando una y otra vez lo mucho que añoraba no tener conciencia y vivir en una burbuja a prueba de balas.
Ahora apareces como viento que se lleva la niebla y aclara la visión del mundo, limpia el aire, limpia mi alma, limpia mi corazón y sana mis heridas.
Hacía tanta falta en mi algo que inundase lo que más odiaba tener, siendo por este orden: recuerdos, dolor y temor.
Atrás quedó aquella que ni con ojos abiertos dejaba de ver un oscuro horizonte, atrás quedó la niña dulce que odiaba por dentro y mataba con puñales de rencor.
No dejo de ser alguien que pertenece al lado temido de las personas en cualquier historia, solo dejo de pertenecer a los que aún lloran tras un día de fracasos porque después de un día sigue otro y, ¿si el tiempo decide cuando parar porque debo de ser yo quien este todo el rato pensando en ello?
Abro los ojos y miro el techo repleto de papelitos que caen recordando todas esas cosas que debería haber hecho y dejé atrás, tal vez por miedo, por ignorancia o porque, simplemente, no me apetecía en ese momento aunque hacerlo fuese lo correcto. Y, ¿ahora qué? ¿Debo arrepentirme? Quizás, pero es inútil recordar, inútil reír, inútil mi sonrisa porque tapa mis lágrimas hechas del más frío ácido en un no siempre oscuro destino.
Cierro los ojos y empiezo a caminar por esa oscuridad que hay en todas las mentes, sigo hacia delante, tomo un atajo por la escala de grises de mis recuerdos y empiezo a ver una luz. Me paro, no quiero continuar más. ¿Qué es eso que veo a lo lejos? ¿Tal vez esperanzas o un nuevo camino? Imagino un cómodo asiento, "aquí esperaré a que aquello que hay en la luz se vuelva claro y distinto. No deseo caer una vez más al abismo."