Una acera al lado de otra, con una gran carretera sin transitar en mitad del desierto, sin más que suelo seco y calor del más tierno sol en la mañana. Tu seguías un destino y yo seguía lo que tú decidiste seguir.
Sin mirar un segundo atrás, me ignorabas aunque todo tú quisiese dar la vuelta y abrazarme. Tu atrevida risa cuando intentaba hacer que parases y me mirases a los ojos me hacía contener mis ganas de besarte otra vez.
Ahora caigo al suelo y vuelta a empezar, tú a un lado y yo a otro, esta vez ni carretera ni destino, solo envolviéndonos en lágrimas y rotas telas enfrentándonos a aquel extraño lugar que dejó de ser carretera para pasar a ser infierno ardiente sin más que heridas de olvido.
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